La antigua tradición romana del patrocinio era una relación entre dos hombres libres. Mediante el acto de la encomendación, un hombre libre se colocaba bajo la protección de un señor, a quien el encomendado debía servir y respetar a cambio desostenimiento y protección. Esta situación dio lugar más tarde a contratos escritos que regulaban el grado de compromiso de ambas partes.
Ante la existencia de peligros reales, la encomendación se convirtió en feudo, o cesión. El hombre libre cedía sus tierras y su libertad a un noble con recursos para la guerra, a cambio deprotección; en otras palabras cambiaba su libertad por seguridad.Las malas comunicaciones, los caminos casi intransitables, contribuyeron al aislamiento y a la división de las comunidades medievales europeas. Aunque seguían existiendo residuos del antiguo poder central en forma de monarquías, las órdenes de los reyes no iban más allá de los muros de palacio. Europa era literalmente un conglomerado de miles de campamentos armados semiindependientes.
Estas divisiones no podían durar por tiempo indefinido. Todo el Occidente europeo vivía en una amenaza constante. Al sur, los musulmanes representaban un grave peligro; al este ocurría lo mismo con los ejércitos hunos, mongoles y eslavos. Los vikingos saqueaban prácticamente sin oposición las costas del norte en los siglos IX y X.
Ofrecer protección ante tan intensos peligros era algo que sobrepasaba la capacidad incluso de los más poderosos señores feudales. Para hacer frente a tales amenazas surgió una compleja red de relaciones, en la que todos prestaban fidelidad y obediencia a alguien más poderoso, hasta llegar al monarca, que lo hacía ante Dios.
Como contrapartida por la ayuda recibida, existía el compromiso de ofrecer un determinado número de hombres para servicios militares, siempre que se les requiriese para ello.
La concesión del feudo se consumaba con un solemne rito conocido como investidura. Este contrato feudal era de por vida y mediante él el vasallo prometía fidelidad a su señor y el cumplimiento de una serie de funciones en su nombre. Sus deberes más importantes eran: el servicio militar, reclutar soldados para el ejército de su señor y proveerlo de ingresos. Por su parte, el señor debía garantizar protección a su vasallo y entregarle medios de subsistencia. Con este fin, el vasallo recibía el control de un feudo, que consistía en una gran extensión de tierra, aunque también podía dedicarse a funciones administrativas y de responsabilidad, como recaudador de impuestos o agente de aduanas. De esta manera, un señor con muchos vasallos disponía de fuentes seguras de ingresos, además de un ejército.
Al principio, los feudos no eran hereditarios, lo que constituía una gran ventaja para el señor. Pero en el transcurso de la Edad Media, los vasallos encontraron oportunidades para convertir sus feudos en hereditarios, dejando a sus señores con un número menor para disponer como recompensa.
En cualquier caso, los poderes de los grandes feudatarios llegaron a ser tantos, que los feudos acabaron por constituir auténticos estados en el seno de las monarquías europeas.
¿Cómo era el feudo?
El feudo más típico comprendía tierras cultivables, bosques, fincas, villas e incluso varias parroquias.
La parte más importante del feudo era el castillo o fortaleza que lo delimitaba. Al medio del castillo se elevaba una torre señorial con su atalaya. Además, contaba con edificios y patios rodeados por gruesos muros provistos de almenas y un profundo foso. Para entrar al castillo había que bajar un puente levadizo y subir un grueso portón.
Al lado del castillo se emplazaban los almacenes, talleres, establos, hornos y molinos. En las cercanías estaban la villa, las modestas casas de los siervos y la capilla.
Los campesinos cultivaban la tierra en beneficio del señor o bien en beneficio propio, pero pagando un censo (pago en especies). Los villanos (vecino que habita una villa o aldea, a distinción de noble o hidalgo) elaboraban el pan, la cerveza y el vino, hilaban y confeccionaban sus muebles.
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