El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, ‘tasas por escudo’) a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que normalmente tenían una duración de meses o años. Este ‘feudalismo bastardo’ estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.
Las monarquías europeas empezaron a imponer su autoridad sobre los señores feudales, para lo cual se aliaron con la creciente clase burguesa, compuesta por artesanos y comerciantes de los centros urbanos.
Fue así como, entre los siglos XII y XIII, se produjeron muchos conflictos entre los señores y sus vasallos, por los servicios que estos últimos debían prestar.
Lentamente se produjo el asentamiento de las grandes monarquías, especialmente en Francia, lo que sumado a las epidemias, como la terrible peste negra llegada desde Asia, provocaron una depresión en el mundo europeo (siglo XIV), cuyas consecuencias se vieron multiplicadas por hambrunas generalizadas, descenso demográfico, guerras, revueltas campesinas e insurrecciones urbanas.
Esta crisis afectó profundamente la vida de las naciones europeas y fue el motor que desencadenó los grandes cambios del siglo XV que permitieron un nuevo equilibrio económico y social.